miércoles, 7 de febrero de 2024

 MILEI Y LA JUSTICIA SOCIAL

 Por Mario Meneghini


En vísperas de la audiencia que brindará el Papa al presidente argentino, nos parece oportuno analizar el tema del título. Al margen de los agravios que el mandatario profirió contra el pontífice, queda claro que la entrevista sólo pretende ser un encuentro diplomático, sin que haya posibilidad de lograr coincidencias de fondo, entre dos personas públicas que poseen una cosmovisión diferente.


Uno de los conceptos en que difieren es de la justicia social. Javier Milei, aseguró ante los empresarios del Consejo de las Américas que el concepto de Justicia Social es "aberrante" y agregó: "Es robarle a alguien para darle a otro, un trato desigual frente a la ley, que además tiene consecuencias sobre el deterioro de los valores morales al punto tal que convierte a la sociedad en una sociedad de saqueadores". (1)


Francisco, por su parte, se basa en la doctrina social de la Iglesia, que considera a la justicia social un desarrollo de la justicia general, reguladora de las relaciones sociales según el criterio de la observancia de la ley, en un contexto en que la convivencia está seriamente amenazada por la tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener. (2) En su última encíclica (3) sostiene: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”.


En la concepción cristiana de la vida (4), la justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad. La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación.


La justicia social sólo puede ser conseguida en el respeto de la dignidad trascendente del hombre. El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral. Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos.


Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un "prójimo", un hermano.


Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas. Los "talentos" no están distribuidos por igual.


Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras.


Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el evangelio: La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional.


El principio de solidaridad, enunciado también con el nombre de "amistad" o "caridad social", es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana. La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su salida negociada.


Los problemas socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella.


 (1)  ámbito.com, 24-8-2023


(2)  Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, pp. 201, 202.


(3) Fratelli tutti, 2020, p. 168.


(4) Catecismo de la Iglesia Católica

sábado, 3 de febrero de 2024

 


A  211 AÑOS DEL COMBATE DE SAN LORENZO: UNA BATALLA FUGAZ PERO CONTUNDENTE


Fuente: Diario Uno Santa Fe 3/2/2023

El enfrentamiento de apenas 15 minutos abrió la mítica campaña libertadora de José de San Martín se libró en tierras santafesinas, en San Lorenzo


La sitiada ciudad de Montevideo era el último baluarte español en el Río de la Plata, y los realistas disponían una amplia supremacía naval. Entonces, era necesario dar fin a esas incursiones que tropas realistas realizaban a lo largo de la costa del Paraná.


Para proteger las costas occidentales desde Zárate hacia el norte, se comisionó al coronel San Martín y a su flamante unidad, el Regimiento de Granaderos a Caballo, que el general Miller describe en sus memorias como algo novedoso que estas tierras contase con una caballería disciplinada e instruida. Se transformaría en una unidad de élite y la piedra basal del profesionalismo en el Ejército. Era un calco de la temible caballería napoleónica, que San Martín había enfrentado en la península. Los granaderos eran sometidos a un duro entrenamiento, donde se forjaban su carácter y disciplina. Estaba regido por un férreo código de honor, escrito por el propio jefe.


El 28 de enero partió al frente de sus granaderos. Al día siguiente, en su primera parada, en la posta de Santos Lugares, tuvo el primer contratiempo: el maestro de postas no había recibido la orden de dejar lista la caballada, lo que supuso el primer retraso en la marcha.


A partir de San Nicolás, donde las tropas patriotas alcanzaron el río Paraná, San Martín decidió marchar solo de noche, para evitar ser visto por los españoles. El oficial había dejado de lado su uniforme y lucía un chambergo de paja americana para pasar lo más desapercibido posible.


El portaestandarte Ángel Pacheco fue el que seguía más de cerca los movimientos de los barcos españoles y reportó que en la madrugada del sábado 30 de enero habían echado ancla en San Lorenzo. Un destacamento español había desembarcado y se dirigió al convento de San Carlos Borromeo en busca de carne fresca. Previsores, los frailes habían alejado al ganado y los españoles debieron contentarse con algunas gallinas y melones. Hasta los propios curas habían partido. Quedó el padre guardián, fray Pedro García.


De pronto, irrumpió Emeterio Celedonio Escalada, a cargo de la comandancia militar del Rosario, que al ver al contingente español lo atacó con 20 hombres de infantería y 30 de caballería, e hizo tronar el pequeño cañón que llevaban. Si bien logró la dispersión de los españoles, el fuego de la artillería de los barcos frenó a Escalada.


En la noche del 31 un prisionero paraguayo, que había logrado fugarse de la flota española, reveló que la tropa realista era de 350 hombres y que lo que pretendían era registrar el convento, ya que pensaban que allí se guardaban los caudales de la localidad.


San Martín llegó a San Lorenzo el 2 de febrero por la noche. Escalada le proveyó de caballos frescos, existentes en la posta del lugar. Allí se encontró con un personaje que estaba de viaje rumbo al Paraguay: el inglés Guillermo Parish Robertson, a quien había conocido en las tertulias en la casa de su suegro, Antonio Escalada. Junto a su hermano John, se dedicó al comercio en el Río de la Plata hasta que en la época de Juan Manuel de Rosas emprendieron el regreso a Gran Bretaña.


Los granaderos ingresaron por la puerta trasera al convento y tuvieron prohibido hacer fuego y hablar en voz alta. San Martín subió a la torre de la iglesia y ahí mismo diseñó el plan de batalla.


En el amanecer del miércoles 3, los granaderos ocupaban los patios ubicados del lado opuesto al río Paraná. A las 5 de la mañana 250 españoles desembarcaron al mando del capitán de artillería urbana Antonio de Zabala. No sospechaban nada, pero eran precavidos: marchaban en doble columna, a paso redoblado, con bandera desplegada en dirección al convento.


“En dos minutos estaremos sobre ellos, sable en mano”, anunció San Martín. Ordenó a sus granaderos montar, que usasen sables y lanzas y que no disparasen un solo tiro. “Espero que tanto los Señores Oficiales como los Granaderos, se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento”.


Dividió a su fuerza en dos compañías, de 60 hombres cada uno. La primera, a su cargo, atacaría de frente mientras que la segunda, a cargo del capitán Justo Germán Bermúdez, daría un pequeño rodeo y atacaría el flanco izquierdo realista para cortarles la retirada.


Suena el clarín y por ambos lados del monasterio salen los ganaderos a enfrentar a los realistas, que se encuentran a unos 200 metros del convento. El galope es enérgico y furioso. “A degüello”, gritan los oficiales y lo que hace un instante parecía la llanura más calma del universo, se convierte en un infierno de polvo y gritos.


Cuando los españoles se sorprendieron con la carga, se formaron en martillo y efectuaron una cerrada descarga de fusilería y metralla.


El caballo bayo de cola cortada al garrón de San Martín recibió una bala en su pecho. Se desplomó y la pierna derecha del coronel quedó aprisionada por el cuerpo del animal. Junto a él estaba su cuñado, el portaestandarte Manuel Escalada. Le gritó: “Reúna usted al Regimiento y vayan a morir”.


Ese momento de indecisión de los granaderos, al ver a su líder caído, fue desbaratado por el capitán Bermúdez, que había hecho un rodeo demasiado largo y que recién llegaba a la acción. Al grito de “viva la patria”, junto al teniente Manuel Díaz Vélez, persiguieron a los realistas hasta la barranca misma del río.


Pero alrededor del jefe caído se desarrollaba otro combate. Un soldado español, al verlo inmóvil, le lanzó un golpe de sable a la cabeza que alcanzó a esquivar, a pesar de que le provocó un corte en su mejilla izquierda. Otro español arremetió con su bayoneta, pero el puntano Juan Bautista Baigorria lo mató. Fue el correntino Juan Bautista Cabral quien logró liberar a San Martín, pero a costa de su vida.


Mientras el teniente Hipólito Bouchard mataba al abanderado español y capturaba el estandarte, Julián Navarro, capellán accidental del regimiento, se movía en el fragor del combate dando la extremaunción y alentando a los granaderos.


Bermúdez y Díaz Vélez encabezaron la persecución de los españoles que buscaban la costa. Una esquirla de metralla le destrozó la rótula a Bermúdez, con lo que quedó fuera de combate.


En su ímpetu, Díaz Vélez galopó hacia la barranca del río, pero en la orilla el animal se frenó en seco y el jinete cayó por la inercia. Su frente fue rozada por una bala y recibió dos bayonetazos en el pecho. Fue el único prisionero que tomaron los españoles.


A las 6 de la mañana, la acción había finalizado. Había durado 15 minutos. Los españoles tuvieron 40 muertos, 13 heridos y 14 prisioneros, mientras que los patriotas 15 muertos, 27 heridos y un prisionero. San Martín tenía una herida en la mejilla y una dislocación del brazo. Los heridos fueron llevados al refectorio del convento, donde recibieron las primeras curaciones. En ese lugar, moriría Cabral. De Buenos Aires habían enviado al cirujano Francisco Cosme Argerich.


Al día siguiente al combate, el jefe español el vizcaíno Antonio de Zabala volvió a San Lorenzo a parlamentar con San Martín y se pusieron de acuerdo en el intercambio del único prisionero que habían hecho los españoles, el teniente Manuel Díaz Vélez, seriamente herido. Vistiendo pantalones de lienzo manchados de sangre, Zabala alabó el desempeño de los granaderos y confesó que su misión era la de burlar la vigilancia de las baterías de Punta Gorda e interceptar el comercio entre Paraguay y Santa Fe, y que habían elegido a San Lorenzo solo para reaprovisionarse.