sábado, 3 de febrero de 2024

 


A  211 AÑOS DEL COMBATE DE SAN LORENZO: UNA BATALLA FUGAZ PERO CONTUNDENTE


Fuente: Diario Uno Santa Fe 3/2/2023

El enfrentamiento de apenas 15 minutos abrió la mítica campaña libertadora de José de San Martín se libró en tierras santafesinas, en San Lorenzo


La sitiada ciudad de Montevideo era el último baluarte español en el Río de la Plata, y los realistas disponían una amplia supremacía naval. Entonces, era necesario dar fin a esas incursiones que tropas realistas realizaban a lo largo de la costa del Paraná.


Para proteger las costas occidentales desde Zárate hacia el norte, se comisionó al coronel San Martín y a su flamante unidad, el Regimiento de Granaderos a Caballo, que el general Miller describe en sus memorias como algo novedoso que estas tierras contase con una caballería disciplinada e instruida. Se transformaría en una unidad de élite y la piedra basal del profesionalismo en el Ejército. Era un calco de la temible caballería napoleónica, que San Martín había enfrentado en la península. Los granaderos eran sometidos a un duro entrenamiento, donde se forjaban su carácter y disciplina. Estaba regido por un férreo código de honor, escrito por el propio jefe.


El 28 de enero partió al frente de sus granaderos. Al día siguiente, en su primera parada, en la posta de Santos Lugares, tuvo el primer contratiempo: el maestro de postas no había recibido la orden de dejar lista la caballada, lo que supuso el primer retraso en la marcha.


A partir de San Nicolás, donde las tropas patriotas alcanzaron el río Paraná, San Martín decidió marchar solo de noche, para evitar ser visto por los españoles. El oficial había dejado de lado su uniforme y lucía un chambergo de paja americana para pasar lo más desapercibido posible.


El portaestandarte Ángel Pacheco fue el que seguía más de cerca los movimientos de los barcos españoles y reportó que en la madrugada del sábado 30 de enero habían echado ancla en San Lorenzo. Un destacamento español había desembarcado y se dirigió al convento de San Carlos Borromeo en busca de carne fresca. Previsores, los frailes habían alejado al ganado y los españoles debieron contentarse con algunas gallinas y melones. Hasta los propios curas habían partido. Quedó el padre guardián, fray Pedro García.


De pronto, irrumpió Emeterio Celedonio Escalada, a cargo de la comandancia militar del Rosario, que al ver al contingente español lo atacó con 20 hombres de infantería y 30 de caballería, e hizo tronar el pequeño cañón que llevaban. Si bien logró la dispersión de los españoles, el fuego de la artillería de los barcos frenó a Escalada.


En la noche del 31 un prisionero paraguayo, que había logrado fugarse de la flota española, reveló que la tropa realista era de 350 hombres y que lo que pretendían era registrar el convento, ya que pensaban que allí se guardaban los caudales de la localidad.


San Martín llegó a San Lorenzo el 2 de febrero por la noche. Escalada le proveyó de caballos frescos, existentes en la posta del lugar. Allí se encontró con un personaje que estaba de viaje rumbo al Paraguay: el inglés Guillermo Parish Robertson, a quien había conocido en las tertulias en la casa de su suegro, Antonio Escalada. Junto a su hermano John, se dedicó al comercio en el Río de la Plata hasta que en la época de Juan Manuel de Rosas emprendieron el regreso a Gran Bretaña.


Los granaderos ingresaron por la puerta trasera al convento y tuvieron prohibido hacer fuego y hablar en voz alta. San Martín subió a la torre de la iglesia y ahí mismo diseñó el plan de batalla.


En el amanecer del miércoles 3, los granaderos ocupaban los patios ubicados del lado opuesto al río Paraná. A las 5 de la mañana 250 españoles desembarcaron al mando del capitán de artillería urbana Antonio de Zabala. No sospechaban nada, pero eran precavidos: marchaban en doble columna, a paso redoblado, con bandera desplegada en dirección al convento.


“En dos minutos estaremos sobre ellos, sable en mano”, anunció San Martín. Ordenó a sus granaderos montar, que usasen sables y lanzas y que no disparasen un solo tiro. “Espero que tanto los Señores Oficiales como los Granaderos, se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento”.


Dividió a su fuerza en dos compañías, de 60 hombres cada uno. La primera, a su cargo, atacaría de frente mientras que la segunda, a cargo del capitán Justo Germán Bermúdez, daría un pequeño rodeo y atacaría el flanco izquierdo realista para cortarles la retirada.


Suena el clarín y por ambos lados del monasterio salen los ganaderos a enfrentar a los realistas, que se encuentran a unos 200 metros del convento. El galope es enérgico y furioso. “A degüello”, gritan los oficiales y lo que hace un instante parecía la llanura más calma del universo, se convierte en un infierno de polvo y gritos.


Cuando los españoles se sorprendieron con la carga, se formaron en martillo y efectuaron una cerrada descarga de fusilería y metralla.


El caballo bayo de cola cortada al garrón de San Martín recibió una bala en su pecho. Se desplomó y la pierna derecha del coronel quedó aprisionada por el cuerpo del animal. Junto a él estaba su cuñado, el portaestandarte Manuel Escalada. Le gritó: “Reúna usted al Regimiento y vayan a morir”.


Ese momento de indecisión de los granaderos, al ver a su líder caído, fue desbaratado por el capitán Bermúdez, que había hecho un rodeo demasiado largo y que recién llegaba a la acción. Al grito de “viva la patria”, junto al teniente Manuel Díaz Vélez, persiguieron a los realistas hasta la barranca misma del río.


Pero alrededor del jefe caído se desarrollaba otro combate. Un soldado español, al verlo inmóvil, le lanzó un golpe de sable a la cabeza que alcanzó a esquivar, a pesar de que le provocó un corte en su mejilla izquierda. Otro español arremetió con su bayoneta, pero el puntano Juan Bautista Baigorria lo mató. Fue el correntino Juan Bautista Cabral quien logró liberar a San Martín, pero a costa de su vida.


Mientras el teniente Hipólito Bouchard mataba al abanderado español y capturaba el estandarte, Julián Navarro, capellán accidental del regimiento, se movía en el fragor del combate dando la extremaunción y alentando a los granaderos.


Bermúdez y Díaz Vélez encabezaron la persecución de los españoles que buscaban la costa. Una esquirla de metralla le destrozó la rótula a Bermúdez, con lo que quedó fuera de combate.


En su ímpetu, Díaz Vélez galopó hacia la barranca del río, pero en la orilla el animal se frenó en seco y el jinete cayó por la inercia. Su frente fue rozada por una bala y recibió dos bayonetazos en el pecho. Fue el único prisionero que tomaron los españoles.


A las 6 de la mañana, la acción había finalizado. Había durado 15 minutos. Los españoles tuvieron 40 muertos, 13 heridos y 14 prisioneros, mientras que los patriotas 15 muertos, 27 heridos y un prisionero. San Martín tenía una herida en la mejilla y una dislocación del brazo. Los heridos fueron llevados al refectorio del convento, donde recibieron las primeras curaciones. En ese lugar, moriría Cabral. De Buenos Aires habían enviado al cirujano Francisco Cosme Argerich.


Al día siguiente al combate, el jefe español el vizcaíno Antonio de Zabala volvió a San Lorenzo a parlamentar con San Martín y se pusieron de acuerdo en el intercambio del único prisionero que habían hecho los españoles, el teniente Manuel Díaz Vélez, seriamente herido. Vistiendo pantalones de lienzo manchados de sangre, Zabala alabó el desempeño de los granaderos y confesó que su misión era la de burlar la vigilancia de las baterías de Punta Gorda e interceptar el comercio entre Paraguay y Santa Fe, y que habían elegido a San Lorenzo solo para reaprovisionarse.


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