LIBERTAD, ¡CUÁNTOS CRÍMENES DE COMETEN EN TU NOMBRE!
La existencia de las desigualdades materiales más manifiestas e injustas torna enteramente ilusorio y vacío, para quienes las padecen, el disfrute y ejercicio de las propias libertades.
Por María Rosa Marcone (*)
La Voz, Domingo, 24 de diciembre de 2023
Mucho se ha escrito sobre el significado de “justicia social”. El Diccionario Panhispánico de Español Jurídico lo define como la “obligación que tiene el Estado de procurar el equilibrio entre la población a favor de las personas desfavorecidas”.
Luciano Barp Fontana (investigador de la Universidad La Salle, Colombia) afirma que “la justicia social se define a través de los principios de dignidad humana, del bien común, de la solidaridad, la subsidiaridad, el destino universal de los bienes y el valor del trabajo humano, y su finalidad es inclinar al hombre a crear ciertas condiciones necesarias para su propia realización y la de los demás”.
Podríamos compartir muchas definiciones y análisis más sobre qué se entiende por justicia social y cómo se traduce en políticas públicas.
Podemos analizar cómo se aplicaron en nuestro país sus principios elementales. Podemos señalar que la aplicación laxa y descontrolada no ayudó a alcanzar los objetivos, sino que ha generado males que deben ser corregidos. Incluso, parafraseando una antigua sentencia, podríamos decir: “¡Oh, Justicia social, cuántas inequidades se realizan invocándote!”
Lo que no se puede, lo que rechazamos y nos causa una profunda preocupación es calificarla de aberración, como escuchamos de quienes hoy deben gobernar. Preocupación que se agrava ante las medidas que se van conociendo.
NO OLVIDAR EL PASADO
Ya sufrimos las consecuencias de la apertura económica de José Martínez de Hoz; de las privatizaciones de Carlos Menem; de la flexibilización laboral normativa de principios de los años 1990; de la precarización de facto del empleo en lo que va de este siglo; del retroceso en desarrollo científico al desmantelar la Conade; de las “armonizaciones” en los haberes de los jubilados.
Padecemos los servicios de las empresas privadas que los brindan monopólicamente, en más de un caso subsidiadas por el Estado que las (mal)vendió para disminuir los aportes que recibían cuando eran públicas. Conocemos lo que los organismos del poder financiero imponen para que un país sea parte de ellos.
Durante cuatro años se gobernó priorizando ideologías económicas y morales alejadas de la angustiante realidad, deformando la misión del Estado. Nadie duda de que hay que corregir el rumbo. Pero difícilmente lleguemos a buen destino si de entrada se toma un camino equivocado; si junto con el agua sucia de la bañera tiramos al bebé, por creer que los eslóganes de campaña son planes de gobierno; por sentirse por encima del orden jurídico vigente, que establece que las políticas públicas deben garantizar “el pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos por esta Constitución y por los tratados internacionales”; por aplicar otra ideología también desapegada de la realidad.
“¡Viva la libertad, carajo!” es un grito que enardece, pero que no es más que eso: un grito. Alf Ross decía: “Libertad es una de esas palabras sonoras cargadas de sugestión, a las que se recurre más bien para despertar sentimientos en el ánimo que pensamientos en la cabeza”.
La libertad es la facultad de cada persona humana a decidirse por sí misma en lo que concierne a su destino personal. La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, no bajo la presión de un ciego impulso interior o de cualquier coacción externa.
Pero el ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es tarea esencialmente propia de la política crear las condiciones de orden económico y social, político y cultural, requeridas para un justo ejercicio de la libertad. Condiciones que son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Especialmente cuando se confunde la libertad con la licencia de hacer cualquier opción y, en nombre de la libertad, se promueve la tiranía de los mercados.
DESIGUALDADES MANIFIESTAS
Es necesario recordar que la existencia de las desigualdades materiales más manifiestas e injustas torna enteramente ilusorio y vacío, para quienes las padecen, el disfrute y ejercicio de las propias libertades. En otras palabras, dejar al arbitrio de los poderosos el juego de la economía cercena la libertad de los más débiles, esos que en nuestra patria ya son más de 40 millones.
Juan XXIII señalaba, ya en 1963: “La experiencia enseña que cuando falta una acción apropiada de los poderes públicos en lo económico, lo político o lo cultural, se produce entre los ciudadanos, sobre todo en nuestra época, un mayor número de desigualdades en sectores cada vez más amplios, resultando así que los derechos y deberes de la persona humana carecen de toda eficacia práctica” (Pacem in terris).
Para lograr esas acciones apropiadas, es preciso una política del bien común, que discuta acerca del bien común y de los medios que a él conducen, y que aspire a proporcionarlos, recordando que hay que proteger a los más débiles porque los poderosos se defienden solos.
Triste sería que se hiciera cierta la expresión que parafraseamos más arriba: “¡Oh, Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”
* Legisladora provincial Encuentro Vecinal (mandato cumplido)